30.1.06

Las Fores Secas

Este es un cuento escrito hace 2 años... También es un poco larguito, dense el ánimo!
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Las ventanas de la habitación están empapadas de humedad, puedes sentir cómo las gotas de lluvia chocan contra éstas; las escuchas, las hueles, hasta parecen tener un sabor, y te agradan placenteramente. Te levantas de tu lecho y corres la cortina: Ves directamente el basurero del edificio... qué orificio más nauseabundo, piensas mientras te echas el abrigo encima. No sabes con exactitud qué hora es, supones que las dos de la mañana, pero daba exactamente lo mismo. ¡Qué importaba el trabajo!, ¡qué maldita importancia podía tener no contestar los teléfonos de la empresa por un día! Enciendes un cigarrillo, suponiendo que eso llenará el extraño vacío que sentías. ¿Qué era tu vida en esos instantes? Un montón de lluvia placentera, un cigarrillo que se iba consumiendo, una habitación amplia, tu cama, tu esposo... Adán. Incluso al pronunciar su nombre reías. Era evocativo, te hacía recordar la historia más estúpida que habías escuchado en toda tu vida: Adán y Eva, los primeros hombres en la tierra. Vaya qué ocioso se le habría ocurrido inventar tal broma... Tú, una mujer de veintisiete años, tenías el criterio suficiente para no creer en mitos. Ya sólo quedaban cenizas de tu cigarrillo; prefieres volver a la cama e intentar dormir. Pero no habías contestado aún, ¿qué era tu vida en aquellos instantes? Un montón de flores secas, pensaste. A tu cabeza llegaron todos los recuerdos de la infancia que más te apenaban: Viviana, la niña que le temía a las flores, la que sufría con pesadillas en las cuales esos adefesios coloridos crecían hasta hacerte sentir una bacteria, un suspiro entre sus horrendas voces andróginas, una desamparada en manos de espinas hirientes, gigantes, demoníacas... Nunca te agradaron. Luego en tu adolescencia vinieron los regalos de Adán para conquistarte, flores y chocolates. ¡Qué imbécil te parecía ese tipo entonces! No obstante para tu cumpleaños número veintiuno no te llevó nada de esto, sino que el sonido de la lluvia grabado en una cinta. Fue ahí cuando decidiste casarte con él, aunque ahora te arrepintieras de ello.
Una gota cayó por tu mejilla, pero no le prestaste atención... ahora otra, que recorría tu pecho por debajo del pijama. Los escalofríos llegaron uno tras otro; una gota, un escalofrío, y así pasaste toda la noche.
Al otro día no te sentías nada bien, unas puntadas atormentaban tu cabeza, sentías nauseas y unos incontrolables deseos de llorar. Adán te había llevado el desayuno a la cama y se había marchado al trabajo. Dijiste que llamarías para que vinieran a reparar la gotera durante la tarde, pero lo encontrabas realmente absurdo. Esa era una antigua construcción y no era nada nuevo tener ese tipo de percances. Te disponías a dormir unas horas más, pero alguien llamaba en la puerta. Levantas tus pies de la cama, abres y sonríes de inmediato: era Horacio, tu vecino, tu amigo y tu amante. Entonces recuperaste todas tus fuerzas, lo besaste y te dispusiste a contarle el plan que habías ideado mientras caía una gotera sobre ti durante toda la noche: Asesinar a Adán.
- Sí -asentiste sonrientemente al ver la expresión de espanto de Horacio-. Lo he decidido, ya sé cómo y cuándo... No tienes de qué tener miedo...
- Tal vez es un poco apresurado, ¿no crees? -la voz de Horacio se escuchaba diferente, hasta podías decir que temía como un chiquillo- tienes que reparar algunas cosas antes de rehacer tu vida.
Asentiste obedientemente, Horacio siempre tenía la razón.
- Podrías ayudarme a reparar el techo, por ahora -propusiste.
Y pusieron manos a la obra. Para cuando llegó Adán te sentías mucho mejor, le dijiste que la gotera estaba reparada y que habías pasado la tarde en tranquilidad. Él fielmente te creyó.
Pasaban los días, pero no habías vuelto a hablar con Horacio del plan, lo olvidabas a ratos incluso, momentos en los cuales te sentías el ser más despreciable por tener ese tipo de pensamientos... pero eran sólo momentos, pues en el fondo estabas tan segura que nada podía salir mal, que te librarías de tu esposo y serías libre al fin. Adiós a las flores secas, ya nunca más tendrías que vivir una rutina tan despreciable como la que tenías, adiós a los recuerdos in apetecibles de tu infancia y tu adolescencia cerca de ese ser.
Llegó un jueves en la tarde; habías vuelto de tu indeseable trabajo y seguramente tu esposo no tardaría en poner los pies en el departamento. Fuiste directamente a tu cajón y sacaste la cortaplumas que te había obsequiado Horacio hacía dos años. Él jamás sospecharía para qué la usarías. Estuviste a punto de flaquear, de arrepentirte vilmente, casi... Tu vista se fue de improviso al techo de la habitación, al lugar de la gotera... Pensaste que podían crecer hongos con la humedad, pero jamás se te pasó por la mente que una flor podía salir de ahí. Era una rosa, una horrible rosa roja llena de espinas. Sentiste que ardías por dentro, tu estómago, el hígado, todo se retorcía hasta hacerte sentir nauseas. ¡Qué criatura más imbécil era aquella! No sabías si te referías a la rosa o a Adán, ya lo mismo daba. Intentaste sacar la rosa jalándola del tallo, pero sólo conseguiste que una espina te pinchara. ¿Cuándo dejaste que esa especie invadiera tu lugar?, ¿en qué estabas pensando?, ¿cómo no te diste cuenta que esa anormalidad estaba creciendo sobre tu cama?, encima de ti, robando territorio ¡¿Desde cuándo dejaste de tener dignidad?! De nada te sirven los sollozos ahora. Viviana, la niña que siempre le temió a las flores, la jovencita que recibía flores de su enamorado, la mujer que había sido invadida por una rosa en su propio cuarto... Subiste a la cama, comenzaste a gritar como demente y a tirar del tallo de la flor, tiñéndose tus manos de rojo. Sentiste un dolor tal que volviste a gritar, sollozar, mientras limpiabas tus manos en el techo, dejándolas marcadas. La rosa estaba viva, más viva que cualquier otra cosa, hasta parecía reír, burlarse, beber tu sangre, alimentarse de tu sufrimiento; estaba ahí, tan viva como Adán, que acababa de cruzar el umbral de la puerta y trataba de tranquilizarte inútilmente, diciéndote que no había nada en el techo, que soltaras el cuchillo, que dejaras de hacer eso por el amor de Dios... Dirigiste la cortaplumas con todas tus fuerzas al corazón de tu esposo, mas él sostuvo tu mano, la desvió y logró bajarte de la cama.
Caíste al suelo, te golpeaste en la cabeza y no despertaste hasta el otro día. Estabas rodeada de hombres vestidos de blanco, Adán te miraba desde lejos, cabizbajo, con los ojos irritados. Horacio estaba a su lado, tenía la mano sobre su hombro, pero no se atrevía a mirarte. Tú sólo pensabas en la rosa, la que según Adán no existía, la flor seca pero viva, el estigma que llevabas en las manos como cortaduras de cortaplumas... de espinas envueltas en trastornos. La gotera la había dejado crecer, la lluvia se había burlado de ti, y ahora sólo deseabas morir. Como fuera, aunque tuvieras que comerte las espinas de una rosa.
Maldito Loro Tricahue (2004)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

shiaaaaaaa q loka la loka!
Me gusto hermanis :)
taba bueno el cuentecillo y no me costo pa na darme el animo para leerlo ;)
jaja y me daba un poco de risa pk a mi tampoco me gustan mucho las flores en general, menos las rosas, sobretodo las rojas XD!
pero weno...
te felicito lorito, eres un ave muy creativa e inteligente
Ya, ahora me debo ir pk me llaman :S
hasta prontooooo ;D
bye................................

Danelí dijo...

Holaps Dani............
como que me dejaste un poco sin palabras..............me encanta cómo escribes........me provoca mil emociones, es una batalla, además de que hoy no parece ser una buena noche......de verdad, no tengo más palabras

Anónimo dijo...

waahhh....esta muy bueno, genial...
onda Poe o no? me encantó.